jueves, 31 de mayo de 2007

Comisión Bicameral (Anexo 4)

Informe de la Comisión Bicameral Investigadora de las violaciones de los Derechos Humanos en la Provincia de Tucumán (1974-1983)

Anexo IV: Testimonios

Martín, Juan

Legajo Conadep Nº 440

JUAN MARTÍN, argentino, soltero, 29 años de edad.

Documento Nacional de Identidad N° 10.556.134, expedido por el Ministerio del Interior de la República Argentina.

Cursó estudios hasta 2do. Año en la carrera de Ingeniería Civil en la Universidad Nacional de Tucumán. Es técnico electromecánico de profesión.

Se desempeñó hasta 1975 como Ayudante de cátedra en la Universidad, cargo que resignó por razones de persecución política como militante peronista.

En 1976 realizó diversos trabajos en la zona sur de Tucumán, y tuvo actividad sindical en Bella Vista, hasta ser secuestrado en agosto de ese año, en la ciudad de San Miguel de Tucumán..


Mi secuestro

“Fui secuestrado el sábado 14 de agosto de 1976, en la ciudad de San Miguel de Tucumán, en la región noroeste de la República Argentina. El hecho ocurrió a las 11,30hs., en el interior de un bar-comedor que funcionaba en un club deportivo de barrio, ubicado en un pasaje existente entre las calles Lavalle y Bolívar, a la altura de la avenida Colón, en el acceso oeste de la ciudad, razón por la cual era habitualmente utilizado por camioneros.

Ese día –yo concurría al bar con frecuencia- me encontré allí casualmente con un compañero, integrante como yo del Movimiento Peronista, a quien conocía sólo por su apodo de “Viru”. Ambos nos sentamos juntos para almorzar. Otras treinta personas, aproximadamente, se encontraban en el local.

Ya iniciada la comida, dos grupos de personas ubicados en mesas distintas, todas vestidas de paisano, se incorporaron bruscamente y nos amenazaron con armas cortas y sub-ametralladoras, capturándonos, mientras que al mismo tiempo obligaron al resto de los presentes a arrojarse al suelo.

En ningún momento mis secuestradores –en total 7 u 8 personas- dijeron pertenecer a ningún organismo policial o militar. Eran todas personas jóvenes, con edades comprendidas entre los 25 y 35 años, algunos vestidos con ropas informales, varios luciendo barba, o largas cabelleras.

Posteriormente, yo identificaría a varios: Teniente Primero de Ejército ARTURO FELIX GONZALEZ NAYA, y a miembros de la Policía Provincial como los subcomisarios JOSE BULACIO y ANGEL MORENO, los oficiales LUIS DE CANDIDO, GUILLERMO AGUSTÍN FARIÑA y HUGO ROLANDO ALBORNOZ, y el Cabo CARLOS REYNOSO.


Tanto “Viru” como yo fuimos esposados con las manos detrás del cuerpo, y conducidos a unos vehículos que estaban estacionados muy cerca del local: un Peugeot 504, de color amarillo, matrícula de Buenos Aires, y un Ford Falcon azul, de Tucumán. El compañero fue introducido en el primer coche, y yo en el otro.


En el Ford Falcon me tiraron en medio de ambos asientos, en la parte trasera del coche, y mi cuerpo fue cubierto por una manta, con el propósito evidente de impedir tanto que fuera visto, como que yo advirtiera dónde era conducido.


Desde el mismo instante en que me suben al coche comienzo a recibir golpes y a ser interrogado. En tanto, el Ford Falcon comienza un largo viaje por la ciudad, y posteriormente se dirige a la Jefatura Central de Policía de la provincia de Tucumán, ubicada en pleno centro de la ciudad, en la intersección de la avenida Sarmiento con la calle Salta.


Pese a los intentos de mis secuestradores por desorientarme, advertí dónde estaba. Inclusive que habíamos ingresado a la Jefatura por el portón que da a la calle Santa Fe.


Inmediatamente de producido el ingreso, fui conducido al salón principal de interrogatorios (ver planos) del “Servicio de Información Confidencial”, denominación oficial interna en la Policía del grupo encargado de los secuestro de opositores a la dictadura militar implantada en al país desde el 24 de marzo de 1976.


En cuanto soy ingresado al salón, se me tapan los ojos, utilizando un paño de algodón sostenido por una venda de Cambric, de las utilizadas en medicina. Mientras dura ese procedimiento, alcanzo a ver que en el recinto hay otras personas, que están atadas, vendadas y acostadas en el suelo.


Una vez vendado y mis manos atadas con soga de cáñamo común, comienzan los apremios ilegales de todo tipo, mientras me reclaman información sobre otros compañeros. Durante 2 o 3 horas recibo puñetazos, puntapiés, cachiporrazos, tarea que cumplen varias personas.


Soy trasladado luego a una sala contigua, más pequeña, denominada por mis interrogadores como la “sala del teléfono”, donde me desnudan y me atan por mis extremidades a un elástico de cama. Allí comienzan a aplicarme la picana eléctrica, mediante la utilización de dos teléfonos de campaña del Ejército: uno de los electrodos se me coloca en la cabeza, y otro en los órganos genitales.


Esta tortura se prolonga durante 48 horas, con algunos intervalos, sobre todo entre medianoche y las 8 de la mañana. Durante ese lapso sólo me levanté de la cama para ir al baño en dos o tres oportunidades, y para comer algo.


Concluido este tormento, fui llevado a la zona de calabozos de la Jefatura, donde funcionaba el campo de concentración clandestino de detenidos-desaparecidos propiamente dicho. Allí fui alojado en una celda individual, donde permanecí hasta mediados del mes de setiembre, salvo durante los primeros días en que fui llevado a interrogatorio otra vez. Me sacaban del calabozo a la mañana muy temprano y reingresaba en él por la noche. Evidentemente, ésta era una medida de precaución adoptada por los secuestradores, puesto que era necesario cruzar la playa de estacionamiento, donde podía ser visto (ver plano).


En esa fecha soy trasladado a otro campo de concentración, ubicado en el sur de la provincia de Tucumán, en las cercanías de la ciudad de Famaillá. Este csmpo estaba emplazado en las instalaciones del ingenio azucarero Nueva Baviera, que había paralizado su actividad industrial hacía unos 10 años. Mi traslado se realiza introduciéndome en el baúl de un Ford Falcon azul, el mismo que se utilizó cuando fui secuestrado.


Desde septiembre quedo a disposición del Comando Militar de la Zona de Operaciones, que tenía su sede en ese ingenio. Este comando del Ejército tenía una jurisdicción que se extendía desde la localidad de San Pablo, en las afueras de San Miguel de Tucumán, hasta la ciudad de Concepción.


En Nueva Baviera, además, se hallaba la base del Ejército más importante de la zona, tanto por su número de efectivos como por la sede del Comando.

El campo de Nueva Baviera tenía su propio grupo operativo, integrado también por personal de la Policía Provincial, aunque participaban en él, en forma rotativa, oficiales del Ejército.


Permanecí en Nueva Baviera hasta fines de enero de 1977, aunque en ese período fui trasladado esporádicamente, durante 3 o 4 días, tanto a la Jefatura Central de Policía como a otras bases del Ejército ubicadas en Lules y Bella Vista.


Desde mi ingreso a este campo, durante cuatro días, vuelvo a ser torturado para arrancarme información sobre la resistencia popular en la zona. La forma principal de tormento fue otra vez la picana eléctrica y el “submarino”, que consistía en introducir mi cabeza en un gran tacho con 200 litros de agua hasta llegar a punto de asfixiarne. Durante la tortura estuvieron presentes el jefe y el segundo jefe del Comando de la zona de Operaciones, Teniente Coronel ANTONIO ARRECHEA y Mayor AUGUSTO NEME.

Durante la tortura, Arrechea me quitó la venda de los ojos, diciéndome que no le importaba que le viera la cara, “porque no vas a salir vivo de aquí”.


A Lules y a Bella Vista fui conducido en octubre y noviembre de 1976, durante dos o tres días. En ambas ocasiones me trasladaron vendado y esposado. Para ir a Lules utilizaron un jeep militar y a Bella Vista una camioneta con techo de lona sobre la caja, también propiedad del Ejército. Tanto en Lules como en Bella Vista fui interrogado por los oficiales del Ejército en la sede de ambas bases. Estuve siempre vendado y esposado. Los interrogatorios estaban referidos a la organización de la resistencia popular en esas ciudades, y en su trascurso recibí varias palizas.


En enero de 1977 fui trasladado a otra base del Ejército, ubicada en una escuela de la ciudad de Monteros, donde permanecí durante 20 días.


Ya a principios de febrero de 1977 soy trasladado a otro campo de concentración denominado “L.R.D.” (aparentemente “Lugar de Reunión de Detenidos”), ubicado en el interior de la Compañía de Arsenales Miguel de Azcuénaga, del Ejército, ubicada en las afueras de la ciudad de San Miguel de Tucumán al lado de la ruta nacional N° 9, que une Tucumán con Salta. Este traslado se realiza en un coche Ford Fairlane, de color negro, sin identificación. El viaje duró unos 45 minutos, y fui echado entre los dos asientos. Ocupaban el vehículo otras cuatro personas, suboficiales de Gendarmería Nacional. Con mi ingreso “L.R.D.” paso a disposición orgánica, en mi calidad de detenido ilegal, del Destacamento 142 de Inteligencia perteneciente al Comando de la V Brigada de Infantería con asiento en Tucumán, e integrada en el III Cuerpo de Ejército.


Mi traslado significa el reconocimiento de los interrogadores y de las torturas. En el “L.R.D.” se utiliza el “pozo” (enterramiento de los prisioneros desnudos) durante los primeros dos días, y luego la aplicación de picana eléctrica, estaba colgado de una barra por los brazos sin que mis pies tocaran el suelo, mientras me mojaban el cuerpo para amplificar los efectos de la corriente eléctrica.


En este campo de concentración estoy hasta mediados de mayo de 1977, fecha en que se dispone otro traslado, esta vez a la Jefatura Central de Policía, en el cual permanezco hasta mi liberación, el 12 de agosto de 1978, si bien en varias oportunidades fui llevado a otras bases del Ejército, por períodos no mayores de cuatro días aproximadamente, tales como una ubicada en el Potrero de las Tablas, en las cercanías de Lules, otra en el Cerro San Javier, en los pabellones de la Ciudad Universitaria.


Tanto en San Javier como en Potrero de las Tablas estuve bajo control de oficiales pertenecientes al Regimiento 19 de Infantería. En San Javier me mantuvieron en un pequeño cuarto de uno de los pabellones pertenecientes a la Universidad Nacional de Tucumán, bajo vigilancia de soldados conscriptos. También fui interrogado, pero sin torturas, sobre algunas características de la zona de monte (picadas, caminos, etc.). Desde San Javier fui trasladado en un jeep militar a Potrero de las Tablas, donde soy interrogado sobre la existencia de presuntos objetivos militares en la zona. Allí, luego de un simulacro de fusilamiento realizado por oficiales de Ejército al mando de un teniente coronel, cuyo nombre y apellido desconozco, aunque pude verificar que no era tucumano, paso a sufrir un nuevo tipo de tortura que demuestra el salvajismo de los represores del pueblo argentino: me suben a un helicóptero militar que toma altura, y me intiman a colaborar bajo pena de arrojarme vivo desde el aparato. Como no les proporcioné la información que me requerían me atan fuertemente las manos detrás de mi cuerpo, y con una cuerda gruesa, los tobillos. Luego me deslizan por la puerta del helicóptero al espacio, ya sin vendas en mis ojos, colgado de los pies. Desconozco el tiempo transcurrido en esa posición. Yo estaba aterrado. Posteriormente, y con lentitud, me izan e ingresan otra vez en el aparato, donde continuó el interrogatorio. Al cabo de 15 o 20 minutos, el helicóptero regresó a Potrero de las Tablas, desde donde me trasladaron sucesivamente a San Javier, Regimiento 19 de Infantería, y finalmente, a la Jefatura Central de Policía. Durante todo el tiempo que estuve secuestrado –aproximadamente poco más de 23 meses- fui testigo de la política genocida contra el pueblo argentino, desarrollada por el Ejército y otros organismos del Estado en la provincia de Tucumán.


Lo que sigue es mi testimonio personal sobre cuanto vi y me consta:


Campo de Concentración de la Jefatura Central de Policía

Estaba ubicado en dependencias de la Jefatura, a las cuales se accedía por el portón de la calle Santa FE. El campo estaba dividido en dos zonas distintas, separadas entre sí por una playa de estacionamiento: una, la de interrogatorios, y otra, la de calabozos, lugar de alojamiento de los detenidos-desaparecidos. Ambas eran de acceso restringido desde el mismo interior de la Jefatura, sin contar con un permiso especial.


Todo el movimiento, tanto del personal del Servicio de Información Confidencial (SIC), como los traslados de los detenidos, se realizaban por el portón mencionado.


Este campo funcionó hasta diciembre de 1977, fecha en la cual son trasladados los detenidos allí recluidos y desmontada la infraestructura de la zona de interrogatorios.


Desde mi secuestro hasta diciembre de 1977 el personal responsable de este campo de concentración pertenece al Departamento de Inteligencia (D-2) de la Policía Provincial de Tucumán, bajo las órdenes de un teniente primero del Ejército, que se desempeñaba bajo la denominación de “supervisor militar”.


Tanto el jefe como el subjefe de la Policía Provincial eran, además, dos oficiales del Ejército, quienes obviamente tenían conocimiento del campo y participación directa en lo que allí ocurría.


En diciembre de 1977 se dispuso la disolución del SIC: parte de sus integrantes quedan orgánicamente en el D-2 y el resto pasa a ocupar puestos jerárquicos en la estructura funcional de la policía.


Durante los meses que estuve en este campo, en el año 1976, fue frecuente que tanto el General Antonio D. Bussi, gobernador de la provincia y jefe de la V Brigada, como el teniente coronel Arrechea, visitaran el campo de concentración para ver a los detenidos, así como para interrogarlos en algunas oportunidades.


Descripción del Campo


1. Area de interrogatorios

Colindaba con lo que actualmente es el Museo Policial, y que anteriormente fue la sede la Brigada de Investigaciones. Sus dependencias constaban de un salón grande, el que se utilizaba para concentrar a los detenidos que serían interrogados de inmediato, o a los prisioneros que podrían ser liberados. Este último grupo, hasta que no se decidiera su situación tenía el acceso restringido a la zona de calabozos, como medida preventiva para evitar eventuales filtraciones de información.


Todos los detenidos permanecían en ese salón con los ojos vendados y las manos atadas, acostados sobre el piso.


Al lado del salón, y comunicadas con él, había dos oficinas, utilizadas ambas como salas de torturas. En una de ellas, denominada “la sala del teléfono”, se aplicaba la picana eléctrica. En la otra se practicaban otros tormentos: desde palizas con palos hasta la práctica del submarino “húmedo” ya descripta, y el submarino “seco” (que consiste en introducir la cabeza de la víctima en una bolsa de plástico).


Existía otra oficina, utilizada como despacho del jefe del SIC y otros dos cuartos más, ubicados al lado del salón principal pero independientes. En una de ellas estaba el depósito de armas largas, municiones, explosivos, granadas, etc. En la otra se realizaban tareas de tipo administrativo. Es decir, todo el trabajo de oficina referido a los operativos de secuestro, traslado de detenidos, recopilación de informaciones, archivo, tesorería, etc.

2. Area de calabozos

Constaba de dos zonas principales:
a. una sala grande o “cuadra”, subdividida por un tabique, utilizada eventualmente para alojamiento de prisioneros a los cuales se daba un trato especial. Constaba con un baño y carecía por completo de mobiliario.


b. Los calabozos, con 15 recintos individuales, aproximadamente, y uno colectivo, con capacidad para 20 prisioneros. A esta zona se accedía por una sala de guardia, desde un sector de la playa de estacionamiento.


Condiciones de detención


Todo prisionero, desde el ingreso al campo, llevaba los ojos vendados y las manos atadas, delante o atrás de su cuerpo, según el grado de peligrosidad atribuido por los secuestradores. Para estos fines se utilizaba una soga de cáñamo, de tipo común.


Los prisioneros alojados en el área de interrogatorios permanecían allí por un plazo relativamente breve, que no excedía de los 3 o 4 días, hasta que concluía la primera fase del procedimiento y las torturas. Durante ese período de tiempo estaban en el salón grande, bajo vigilancia estricta y permanente, acostados en el suelo. También estaban alojados en las salas de torturas, cuando continuaban bajo interrogatorios.


En el salón principal convivían hombres y mujeres, mientras que en los calabozos las mujeres estaban en recintos individuales.


En los calabozos los prisioneros estaban con las manos atadas a su espalda, con los ojos vendados, acostados en el suelo y provistos de una manta, en condiciones de incomunicación absoluta. La vigilancia, en esta área, se realizaba por el sistema de rondas.


Los prisioneros éramos alimentados dos veces por día, con las sobras de las comidas de los presos acusados de delitos comunes, alojados en el penal de Villa Urquiza. Invariablemente la comida consistía en una sopa, y era servida en sólo 8 cacerolas pequeñas, que eran utilizadas por turno por los detenidos.


Cualquier transgresión a las severas normas de aislamiento era motivo de castigo para los prisioneros. Y muchas veces, estos castigos se aplicaban sin trangresión alguna, como mera diversión de nuestros represores.


Las posibilidades de higiene personal eran prácticamente nulas: una vez cada 4 o 5 días éramos conducidos a un baño individual. En verano nos bañábamos vestidos y en invierno desnudos. Nos secábamos con nuestra propia ropa. En todos los casos, permanecíamos con los ojos vendados. El agua que se utilizaba siempre era fría.


Las condiciones de salud de los detenidos eran muy malas y hubo dos muertes (una compañera de Taif Viejo, y Marta Coronel). Desconozco las razones del primer caso, pero en el segundo se produjo después de sufrir una gran infección en los pechos, padeciendo fiebres elevadas y un delirio continuo.


Hubo dos o tres casos de enloquecimiento. Pese a los castigos, estos prisioneros gritaban en forma continua. Finalmente, un médico los drogaba. Estos compañeros fueron trasladados individualmente, desconozco a qué destinos.


El personal


Estaba integrado por alrededor de 50 personas, todos miembros del SIC, bajo la supervisión militar de un teniente primero del Ejército. El personal estaba dividido en tres grupos:


a. quienes cumplían las guardias;

b. quienes tenían a cargo los operativos e interrogatorios, y

c. quienes cumplían tareas de administración y servicio.


La guardia estaba compuesta de 20 agentes al mando de un suboficial y cumplían un turno de 24 horas cada 48. Estaba encargada de las tareas de vigilancia y control, tanto en los calabozos como en el área de interrogatorios.

El grupo más numeroso era el operativo, encargado de los secuestros, interrogatorios y traslados: estaba integrado por 25 oficiales y suboficiales de la Policía Provincial.


Finalmente, las tareas administrativas y de servicio estaban a cargo de 6 oficilaes, suboficiales y agentes.


Durante mi estancia en el campo pude identificar a las siguientes personas:


Integrantes del personal

Militares

Teniente Coronel MARIO ALBINO ZIMMERMAN (Jefe de Policía 1976/77).


Teniente Primero FELIX GONZALEZ NAYA (Supervisor Militar D-2, 1976/77).


Teniente LUIS OCARANZA. (Supervisor Militar D-2. Actuaba bajo otro nombre en la Jefatura de Policía).


Mayor ANTONIO MARTÍN BLANCO. (Jefe de Policía 1977/78).


Teniente Primero MARIO MIGUEL D’URSI (Supervisor Militar D-2 1978).



Policías. (Miembros del SIC hasta su disolución):


Jefes:

Inspector General ROBERTO HERIBERTO ALBORNOZ.


Inspector General MARCOS FIDENCIO HIDALGO.


Inspector Mayor LUIS FABIAN RODRÍGUEZ QUIROGA.



Operativos torturadores:

Comisario principal CARLOS MARINI.


Comisario ANGEL CUSTODIO MORENO.


Comisario RAMON CHAILE.


Comisario JOSE BULACIO.


Subcomisario RICARDO SÁNCHEZ.

Oficial Principal ROLANDO REYES QUINTANA.

Oficial Primero HUGO ROLANDO ALBORNOZ.

Oficial Auxiliar RUBEN VILA.

Oficial Auxiliar LUCIANO GARCIA.

Oficial Ayudante JUAN DAVID FLORES.

Oficial Ayudante GUILLERMO AGUSTÍN FARIÑA

Oficial Ayudante LUIS ARMANDO DE CANDIDO

Oficial Ayudante MARIA BELTRÁN.

Oficial Ayudante de BARRAZA.

Oficial Ayudante OLGA AGUILAR.

Oficial Ayudante ANTONIO VERCELLONE.

Oficial Ayudante GUILLERMO UGARTE

Oficial Sub-ayudante ANTONIO BAZAN

Cabo FELIX ISURRALDE

Cabo CARLOS REYNOSO

Administrativos:

Comisario Principal SANTOS VELIZ

Comisario JULIO ABRAHAM

Comisario SOSA

Subcomisario ALVAREZ

Oficial Principal Sra. De ALURRALDE

Oficial Ayudante MIGUEL CHAILE

Agente POMPONIO

Agente PASTERIS

Guardia:

Oficial Ayudante HUGO FIGUEROA

Sargento PICON

Capo Primero PORCEL
Cabo CAMPERO

Cabo ARGAÑARAZ

Agente PEREZ

Agente ZABALIA

Agente FERNÁNDEZ

Agente ROMERO

Agente TRÁTALO

Sub-comisario Médico RICARDO GALDEANO


Breve Historia del SIC (Servicio de Información Confidencial)


La Provincia de Tucumán es una de las zonas de pobreza endémica del noroeste argentino. Provincia con una alta tasa de densidad demográfica, la mayor parte de la actividad económica gira en torno a la caña de azúcar y su elaboración, con ocupación temporaria de mano de obra.


En esta bolsa de pobreza, los integrantes de la Policía Provincial son reclutados, en su inmensa mayoría, entre las capas más humildes de la población. Aún hasta 1978, los integrantes subalternos del personal del campo de concentración vivían en los barrios periféricos o en localidades del interior de la provincia.


En general, el personal subalterno de este campo de concentración carecía de una formación política y tenía una escasa información general sobre los hechos públicos. Era gente dura, leal a sus jefes, capaz de acciones represivas ilegales, probados en las torturas y secuestros de opositores políticos.


La mayoría de los oficiales, en cambio, tiene una historia anterior de represión política en la Policía, sobre todo entre 1966 y 1973, durante la dictadura militar de Onganía-Levingston-Lanusse. En ese período operaban desde la tristemente célebre Brigada de Investigaciones.


Con el triunfo popular del 11 de marzo de 1973, los miembros de este grupo se disgregaron: algunos, como Albornoz y Calderón, marcharon fuera de la provincia. Otros cumplieron tareas diferentes dentro de la misma repartición.


En 1974 comenzaron a reagruparse, llevando adelante algunas acciones de represión ilegal, bajo control y dirección de los mandos jerárquicos del Ejército, simultáneas a las que en otras zonas de la Argentina llevaron a cabo la Alianza Anticomunista Argentina (AAA) y el Comando Libertadores de América.


En 1975 se creó el SIC, teniendo como base principal a este grupo de oficiales de la policía, bajo el mando del Inspector General MARCOS FIDENCIO HIDALGO, y del Inspector Mayor ROBERTO HERIBERTO ALBORNOZ, conocido por su apodo de “El Tuerto”.


El SIC, desde el punto de vista de cadena orgánica de mandos, estaba bajo control y supervisión de la V Brigada de Infantería. El primer oficial designado a tales efectos fue el teniente primero Lazarte, que luego fue sucedido por el Teniente primero Félix González Naya, posiblemente, desde abril de 1976 hasta mayo de 1977.


Provisoriamente, en ese cargo, y hasta fines de 1977, se desempeñó también el Teniente Luis Ocaranza, del Regimiento 19 de Infantería. Pese a que el SIC es disuelto en diciembre de 1977, continuó la supervisión militar del D-2, que ejerció desde esa fecha hasta fines de 1978 el teniente primero Mario Miguel D’Ursi.


¿Qué son los integrantes del Servicio de Información Confidencial (SIC)? ¿Son asesinos burocráticos, máquinas de matar y reprimir programadas? ¿O son los defensores de la sociedad “occidental y cristiana” de las proclamas militares?


Son todo eso a la vez, pero además ven en el terrorismo de Estado el instrumento principal para el enriquecimiento personal, a través de la corrupción económica y el botín de guerra, así como vía para el ascenso en su carrera policial.


Veamos someramente el currículo de algunos de los miembros del Servicio de Información Confidencial.


Inspector General ROBERTO HERIBERTO ALBORNOZ.

Nació en La Banda del Río Salí, suburbio pobre de la ciudad de Tucumán hace unos 57 años. Hijo de un oficial de la Policía Provincial. Realizó toda su carrera en la repartición. Tuvo destinos en el interior de la provincia, y en la década del 60 fue trasladado a la Sección Robos y Hurtos, de la Brigada de Investigaciones, donde se relacionó con el grupo de oficiales de la Policía –Tamagnini, Hidalgo, Sirnio, Bordón, etc.- que pocos años después son destinados a la tarea de represión política de opositores populares. Esa década se caracteriza por la inestabilidad política: hay cinco cambios en la presidencia de la República, y dos golpes de Estado triunfantes. En la época de la dictadura militar de Onganía-Levingston-Lanusse (1966-1973), Albornoz se destacó en la represión política, especialmente como torturador. Sus servicios le significaron varios ascensos.
Es precisamente su fama como represor lo que determina que en 1973, luego del triunfo electoral popular, opte por abandonar Tucumán, el escenario de sus “hazañas” y viva en el anonimato en Buenos Aires, en previsión, y por temor a posibles represalias.

Esta situación se mantuvo hasta mediados de 1974, cuando regresó a Tucumán y se reincorporó a la Policía. Desde entonces trabajó en la organización de un grupo terrorista de represión ilegal, con métodos similares a los utilizados por grupos paramilitares, que por las mismas fechas operaban en otras regiones del país. Este grupo terrorista desde su organización actuó en Tucumán bajo control y dirección del Comando de la V Brigada de Infantería.


Algunos de los crímenes cometidos son: el asesinato de familiares de Clarisa Lea Place, militante popular asesinada años antes en una prisión naval; voladura de domicilios de presos políticos; asesinato de opositores, tales como el Doctor Pisarello, abogado de presos políticos y “desaparecidos”, dirigente de la Unión Cívica Radical.


En 1975 Albornoz pasó a dirigir el SIC y el campo de concentración de la Jefatura Central de Policía,


Actualmente se desempeña como subjefe de la Policía de Tucumán. Está acusado de vinculación con la explotación de prostitución organizada y otras actividades delictivas sistemáticas que se realizan en la provincia.


Pero por sobre todas las cosas, Albornoz es “un hombre del Ejército”, esto es, una pieza en el complicado mecanismo de la represión ilegal del pueblo argentino, en quien se confía y por quien se responde.


Inspector General MARCOS FIDENCIO HIDALGO

Tucumano, de unos 60 años de edad. Su carrera policial hasta 1973 es similar a la de Albornoz. Pero a diferencia de él, en ese año quedó en la Brigada de Investigaciones. En 1974 ingresó al D-2 y se reunió con Albornoz para organizar el grupo terrorista represivo.


En 1975 fue designado director del penal de Villa Urquiza, donde había recluidos, entre otros, presos políticos. Como director de la cárcel, Hidalgo facilitó el interrogatorio y tortura de los prisioneros.


Precedió en la subjefatura de Policía a Albornoz. Está considerado como uno de los jefes policiales vinculado al tráfico de drogas, que se introducen desde Bolivia, y también el tráfico de automotores robados, muchos de ellos propiedad de opositores políticos secuestrados.

Coparticipó en los mismos hechos terroristas que Albornoz, a quien antecedió como jefe del SIC y del campo de concentración.


Subcomisario RICARDO SÁNCHEZ

Tucumano, de unos 45 años de edad. Su carrera, en lo esencial, está ligada a la trayectoria de Albornoz e Hidalgo. En el SIC se especializó como torturador. En 1977, tras la disolución del servicio, ocupó diversos puestos jerárquicos en otras áreas de la repartición, pero siempre vinculado con el D-2.


Fue nombrado Jefe de la Brigada de Investigaciones en la Regional Sur.


Antes, entre 1974 y 1975, fue especialista en explosivos y participó en voladiras de domicilios de militantes políticos populares.


Comisario JOSE BULACIO

Nació hace 42 años en Bella Vista, localidad cercana a San Miguel de Tucumán. Su carrera es similar a la de sus colegas. En el SIC es uno de los jefes de los grupos secuestradores. Precisamente fue uno de los que participó en mi detención.


Luego de la disolución del SIC es designado como jefe de la Comisaría 1ra., en 1977, y como jefe de la Comisaría 6ta. en 1978.


En 1976, tras el asesinato por miembros del SIC, del militante popular fernando Saavedra Lamas, Bulacio es uno de los co-autores del crimen, se instaló en el domicilio de la víctima, ubicado en la continuación hacia el Aeropuerto de la calle Rondeau, al número 100.


Oficial Ayudante LUIS ARMANDO DE CANDIDO

Cordobés, de aproximadamente 40 a 42 años de edad. Ingresó como agente en la policía de Tucumán en la década de los 70. Fue asignado al SIC; allí ascendió rápidamente a oficial por su ferocidad represiva. De una personalidad fría y calculadora, es reputado como audaz.


Junto con otros miembros del SIC se lo vincula al secuestro del empresario tucumano del sur de la provincia, ocurrido en 1976, por el cual se cobró una elevada suma de dinero como rescate para la liberación de la víctima.



Cabo 1ro. HECTOR DOMINGO CALDERON

Tucumano, de unos 38 años de edad, aproximadamente. Cuando era agente se contactó con el grupo terrorista represivo de la Brigada de Investigaciones y pasó a integrarlo, desempeñándose como chofer y guardaespaldas del inspector general Tamagnini.


En 1973, como Albornoz, dejó Tucumán y se radicó en Buenos Aires. Al año siguiente se reincorporó a la policía tucumana como chofer y custodia del entonces jefe del D-2.


Calderón se destaca por la ferocidad en la represión política, lo que no sólo le valió algunos ascensos, sino cierta triste fama, a tal punto que el general Antonio D. Bussi, gobernador y comandante de la V Brigada, lo requirió para su custodia personal a principios de 1976.


En mayo de ese año, y también por orden del general Bussi, fue destinado al Comando Militar de la Zona de Operaciones, para que formara por indicación jerárquica, un grupo operativo con personal policial de la zona rural del sur tucumano, con características similares al SIC.


Los integrantes de este grupo son los que tendrán la responsabilidad en los secuestros, torturas y la vigilancia de prisioneros en el campo de concentración de Nueva Baviera. En 1977 se disolvió este grupo, y Calderón se reintegró al SIC, donde se desempeñó como torturador. A fines de 1978 fue expulsado de la policía. Paradójicamente, acusado de “apremios ilegales” a personas detenidas por la comisión de presuntos delitos comunes. Calderón fue castigado por las mismas actividades que habían procurado su rápida ascensión: las torturas.


Es posible que la sanción esté originada en la lucha interna desatada por el poder en el seno de la Policía Provincial, en contra de los antiguos integrantes del SIC, en la que se disputa coparticipación económica en el delito organizado.


Calderón era considerado como hombre de confianza de Albornoz, verdadero jefe del grupo terrorista y del SIC. Se desconoce si el ascenso de Albornoz a la subjefatura de policía le ha servido ahora para su reincorporación.



Modo operativo


La agudización de la lucha política en Tucumán, así como el modo operativo de la represión ilegal, se anticipó casi en un año a lo que ocurriría en todo el país luego del golpe de estado de 1976.

En 1975 el gobierno nacional declaró a la provincia de Tucumán como zona de emergencia militar e instauró el llamado “Operativo Independencia”, destinado a combatir la guerrilla rural implantada en la zona sur de la provincia.


Pero sobre todo, este Operativo significó la militarización de la totalidad de la vida tucumana, porque el objetivo además, fue la paralización de la actividad política y sindical.


Así, la lucha contra la guerrilla rural, pero también la represión contra los trabajadores y otros sectores populares, se fue perfilando como la práctica del Terrorismo de Estado: secuestros, centros clandestinos de detención de prisioneros, interrogatorios y torturas, retención ilegal y sin término de los detenidos, masificación de la represión.


Precisamente, la llamada “escuelita de Famaillá”, tiene el extraño privilegio de haber sido el primer centro clandestino de concentración de prisioneros, y su funcionamiento es anterior en casi un año al lanzamiento, ya a nivel nacional, de este tipo de política represiva.


En este contexto es que el SIC comienza a operar. Por tanto, su modo principal de accionar, es la reiteración impune de la metodología: secuestro – desaparición – tortura, y la reiteración de este trágico ciclo.


Por ejemplo, personal del SIC secuestra a los integrantes de dos familias (una de ellas, de apellido Rondoletto), a fin de obtener información sobre uno de sus miembros, opositor a la dictadura. La jurisdicción del SIC estaba limitada a la capital de la provincia y a los suburbios.


A partir de alguna información o dato obtenido previamente, se montaba un operativo de seguimiento de la víctima elegida. Posteriormente se realizaba el secuestro. Sólo en caso de estricta necesidad se realizaba de día. La madrugada era lo hora elegida para el asalto a los domicilios.


En cada uno de estos operativos intervenían, aproximadamente, unos 12 miembros del SIC, distribuidos en tres coches (requisados a militantes populares, o robados en la vía pública), convertidos en vehículos operativos. El personal llevaba sus rostros tapados, utilizando capuchas, bufandas o pañuelos. Llevaban armas cortas y largas, y granadas de guerra.


El secuestrado era inmediatamente ingresado al campo de concentración de la Jefatura, y durante 24 o 48 horas permanecía en la zona de interrogatorios, con sus ojos vendados, y las manos atadas. Durante este período –cuando las torturas eran más intensas- se determinaba la posibilidad de una inmediata liberación del prisionero (podría tratarse de un error en la selección de la víctima) o su ingreso al área de calabozo. Una vez adoptada esta decisión, era muy difícil recuperar la libertad.


Los sistemas de torturas más utilizados por el SIC eran la picana eléctrica, submarino “mojado” y “seco”, los ayunos forzosos sin agua ni comida, con aislamiento por 24 o 48 horas, las palizas a golpes de puño, pies y palos, etc.


Las torturas se realizaban bajo asesoramiento del médico policial, subcomisario Ricardo Galdeano.


Los detenidos-desaparecidos permanecían alrededor de 5 o 6 meses en el campo de concentración, a disposición de las autoridades del SIC, que podían ordenar, ante la aparición de un nuevo dato, otro ciclo de interrogatorios y torturas. Empero, había casos en que los detenidos eran trasladados a otros campos, requeridos en vinculación con otro caso.


Habitualmente existían dos formas de realización de tales traslados. Una de ellas era en forma individual; se realizaba a cualquier hora del día y el detenido era esposado con las manos en la espalda, asegurado el vendaje de los ojos, encapuchada su cabeza e introducido en el baúl de algún vehículo, o entre los asientos, hasta que llegaba al lugar de destino. Esta es mi experiencia personal.


Existía también otro tipo de traslados. Se realizaba en forma colectiva, en grupo de 5 a 10 personas, exclusivamente de noche, y utilizando un camión propiedad de la policía, de tamaño mediano, con caja metálica cerrada, color aluminio, con una inscripción en ambos lados de la carrocería que decía: “transporte higiénico de carnes”. Este veh+iculo, en forma habitual estaba estacionado en una playa de la Jefatura General de Policía, ubicada en la calle Junín al 800, en mitad de cuadra.


Por comentarios formulados a a de algunos de los integrantes del SIC, estos traslados concluían en un “pozo”, denominación que utilizaban, en apariencia, para designar una fosa común clandestina.


En cada viaje que realizaba el camión eran cargados, además, dos bidones con 25 litros de nafta cada uno. Desde la partida hasta su regreso, el vehículo demoraba entre dos y tres horas.


Personalmente no me consta que los detenidos-desaparecidos hayan sido asesinados.


Mi propósito no es, de ningún modo, eximir a las autoridades militares y policiales de su responsabilidad. Yo, como la inmensa mayoría del pueblo argentino, uno mi voz al reclamo dramático, urgente y justo que las Madres de Plaza de Mayo realizan a la dictadura militar: “Que aparezcan con vida los desaparecidos”. Y si así no ocurriera –aunque fuera sólo una de las personas secuestradas-, los responsables tendrán que asumir ante el pueblo argentino y ante la humanidad toda, las consecuencias de esta violación de los derechos humanos.


Las órdenes de traslado, tanto individuales como colectivas, provenían directamente del Comando de la V Brigada de Infantería, y eran dispuestas en reunión de la denominada “Comunidad de Servicios de Inteligencia”, que presidía el segundo comandante de la Brigada, en 1976/77, Coronel Cattáneo.


La “Comunidad” estaba integrada por los responsables de Inteligencia del Destacamento 142 de Inteligencia del Ejército, con sede en Tucumán, de la Secretaría de Informaciones del Estado, del SIC y de la delegación Tucumán de la Policía Federal Argentina.


En el caso de los traslados colectivos que se realizaban en el camión, en las órdenes cursadas figuraba un sello con las siglas “D.F.”. Por comentarios de miembros del SIC, estas iniciales significarían “Disposición Final” del detenido.


Yo estuve recluido durante dos temporadas en este campo. Desde mi secuestro hasta mediados de septiembre de 1976, y desde junio de 1977 hasta agosto de 1978. Durante mi primera estancia, no pude verificar ni las formas ni el número de prisioneros trasladados. Durante la segunda fue cuando pude tomar conocimiento de los traslados colectivos. Me fue imposible, entonces y ahora, determinar una frecuencia periódica fija para este tipo de traslados. Algunas veces se hacían cada 15 o 20 días, y en otras se realizaban 3 o 4 veces por mes. Esto me hace imposible determinar el número probable de detenidos-desaparecidos que estuvo o pasó por el campo de concentración de la Jefatura.



Campo de Concentración “L.R.D.” en Arsenales


Estaba ubicado en jurisdicción de la Compañía de Arsenales “Miguel de Azcuénaga”, de la V Brigada de Infantería de Ejército, en las afueras de la ciudad, en la zona norte, sobre Ruta Nacional N° 9. El acceso a este campo se realizaba por una calle de tierra, paralela a la ruta nacional, por la que se circulaba unos 800 metros aproximadamente.


Avanzando desde Tucumán en dirección norte, el ingreso al campo se producía aprovechando el acceso al portón de la Compañía de Arsenales, aunque sin penetrar en el recinto principal, sino continuando la marcha hasta la segunda entrada existente en un alambrado perimetral, que contaba con un puesto de guardia a cargo de personal de Gendarmería Nacional.
El campo propiamente dicho estaba situado a unos siete minutos, más o menos, de marcha lenta en un automotor, siguiendo un camino de tierra sinuoso abierto en unas pequeñas estribaciones existentes en el lugar. Desde el lugar de reclusión de los prisioneros a este campo se escuchaban los ruidos de motores de vehículos pesados –evidentemente, circulaban por la ruta nacional- en forma bastante atenuada. Durante mi estancia en el “L.R.D.” entre febrero y junio de 1977, las funciones de vigilancia de los detenidos estaban a cargo de la Gendarmería Nacional, cuerpo militar integrado por personal profesionalizado, dependiente en forma directa de los altos mandos del Ejército.


Esta fuerza, creada para el cuidado de zonas fronterizas, creó –a partir de mediados de 1966- dos grupos especializados en la lucha “antisubversiva” en las zonas rurales, que recibieron entrenamiento en Campo de Mayo (Buenos Aires) y Jesús María (Córdoba). Es decir, se especializó personal en la represión política.


El personal de Gendarmería, en este campo, rotaba cada 45 días, y era reemplazado luego por otro contingente similar.


En cuanto a los secuestros, interrogatorios y torturas de los prisioneros, eran realizados por personal del Destacamento 142 de Inteligencia.


Descripción del Campo


El recinto del campo de concentración era un cuadrado de 55 metros por lado, aproximadamente. Todo el perímetro estaba recorrido por una alambrada con púas, de 2,50 metros de alto. Y rodeando esta cerca, a unos 5 metros de distancia, otra de igual material y con similar altura.


Entre ambas alambradas había en forma permanente guardias de la Gendarmería, que cumplían sus rondas auxiliados por perros amaestrados. En uno de los ángulos del campo había una torre de vigilancia, construida con madera, desde la cual se ejercía control permanente sobre todo el movimiento de personal y prisioneros.


En el interior del recinto alambrado, en los cuatro ángulos del cuadrado estaban emplazadas cuatro casas prefabricadas, de madera, de un solo ambiente, con una superficie de unos 16 metros cuadrados. Estas casas eran utilizadas como salas de torturas y estaban amobladas, y de forma similar: un elástico de cama, donde se ataba al prisionero, una mesa y dos o tres sillas.


Aproximadamente en el centro del cuadrado había dos viejos polvorines, separados entre sí por unos 10 metros de distancia: se trataba de dos construcciones de mampostería cuyas superficies interiores –paredes, techos, pisos- estaban recubiertas de brea.
La dimensión aproximada de cada polvorín era de 20 metros de largo por 5 de ancho, y 3 de alto.


En estas construcciones estábamos alojados los prisioneros, sin distinción de sexos, en compartimientos estrechos: 1,20 metros de algo por 1,50 de profundidad, y 1 metro de ancho. En el polvorín ubicado más al norte, estos tabiques eran de madera. En el otro de mampostería.


Las estrechas dimensiones no eran arbitrarias: fueron diseñadas así para controlar a los prisioneros en todo momento, ya estuvieran acostados o de pie.


En la puerta de cada polvorín había en forma continua un gendarme de guardia, quien además recorría el pasillo interior (ver plano) cada cuarto de hora.


En cada polvorín había capacidad para 40 detenidos (20 por lado). Es decir, la capacidad de alojamiento del “L.R.D.” era de 80 personas.


En general, en el tiempo que estuve allí, la capacidad de alojamiento no fue colmada por los prisioneros. Sólo una vez ello ocurrió, cuando tres detenidos fueron ubicados en el pasillo del polvorín donde yo estaba.


Por afuera de la pared norte del polvorín ubicado más hacia el sur había dos baños, una cocina y otra habitación.


Condiciones de Detención


En todos los casos, los prisioneros –fueran hombres o mujeres- tenían los ojos vendados y sus manos esposadas desde el ingreso mismo al recinto. El sistema de vendaje era similar al utilizado en la Jefatura.


La vida en el “L.R.D.” tenía horarios estrictos. Todos los días, al cambio de guardia (rotaba cada 24 horas) se despertaba a los prisioneros a las 6,30. Los métodos utilizados eran brutales: a gritos, o a golpes y, a veces, utilizando los perros.


Cada prisionero debía decir en voz alta el número que le habían asignado –era correspondiente con el del compartimiento donde vivía-, y se nos hacía formar en el pasillo, en fila india, tomados por la cintura, y el primero aferrado al garrote del gendarme. Era lo que nuestros guardias llamaban “el trencito”. Así se nos llevaba fuera del polvorín: las mujeres al baño y los hombres a un lugar entre las dos alambradas, donde controlados por los guardias y sus perros, realizábamos nuestras necesidades fisiológicas en una zanja.


Por el mismo sistema retornábamos al polvorín, donde permanecíamos de pie, cada uno en su compartimiento.


Durante este tiempo, muchas veces, la guardia ordenaba la limpieza del lugar, ya que eran frecuentes las micciones nocturnas, que eran brutalmente castigadas.


A las 8 de la mañana se nos servía el desayuno, que consistía en un jarro de mate cocido, y luego se nos ordenaba sentarnos, con la espalda apoyada en la pared, siempre en el mismo lugar. Así permanecíamos todo el día, hasta las 20, aproximadamente, en que cenábamos. Nos servían dos comidas por día, que preparaba en el lugar la guardia de turno, que consistía en un guiso, en oportunidades acompañado por un pedazo de pan.


Después de la cena, y antes de permitir acostarnos en el suelo para dormir, personal de guardia nos obligaba a rezar en voz alta un “Padrenuestro” y un “Ave María”, a la vez que nos exhortaban a “dar gracias a Dios porque han podido vivir un día más, y también para que ese día no fuera el último...”.


Luego nos acostábamos; por toda ropa de cama teníamos una manta. Las condiciones higiénicas generales de los prisioneros eran pésimas: una vez cada tres o cuatro días teníamos posibilidades de bañarnos. Se nos seleccionaba por sexo, en grupos de 4 o 5 detenidos y nos llevaban a un lugar entre los dos polvorines, para bañarnos de uno en uno. Antes de ingresar al baño nos soltaban una de las manos esposadas y nos desnudábamos.


Durante mi paso por este campo la ducha estuvo siempre rota: nos bañábamos utilizando baldes con agua. Para secarnos nos obligaban a saltar y movernos. Luego se nos autorizaba a vestirnos. Una vez que concluía el grupo retornábamos al polvorín. Las mujeres realizaban este mismo procedimiento.


En el “L.R.D.” era notorio que la guardia tenía cierta libertad de movimientos para que sus integrantes actuaran personalmente sobre los prisioneros. Esto daba lugar a muchar arbitrariedades de todo tipo, mayores aún de las que se cometieron en este régimen, que se ha destacado por unas condiciones represivas de excepción.


Estas arbitrariedades consistían, por ejemplo, en palizas a los prisioneros, realización de ejercicios físicos violentos, así como algunas violaciones cometidas contra las prisioneras, en la etapa del interrogatorio, en el período de aislamiento en las salas de torturas.

Para ir al baño los prisioneros debían pedir permiso. Pero no se accedía de inmediato, sino que se aguardaba con otros cinco o seis detenidos a que se sumaran al pedido. Recién entonces se formaba el “trencito”. Pero esto sucedía dos o tres veces al día solamente, razón por la cual muchos prisioneros, por incontinencia, se orinaban o defecaban vestidos, lo que traía aparejado castigos muy severos. Este fue el campo, de todos los que estuve, que tenía el régimen más duro, por la represión continua. Además, esta situación se agravaba por las dificultades existentes, y muchas insalvables, para la comunicación entre los detenidos, así como por el mal estado general de sqlud: eran frecuentes las bronquitis, las diarreas, las deshidrataciones, los ataques de locura de los detenidos. En las 18 semanas que estuve allí, cuatro compañeros murieron en su compartimiento, sin ningún tipo de asistencia médica.


Desconozco cómo se realizaban los traslados en este campo, ni en qué cantidad, ni con qué frecuencia. Alguna vez la guardia ingresó al polvorín donde yo estaba alojado, a la noche tarde, cuando estábamos dormidos, y se llevaron dos o tres compañeros.


Una sola vez mientras estuve en el “L.R.D.” ocurrió un hecho que salía de la rutina represiva del campo. A mediados de marzo de 1977, quizás en el primer aniversario del golpe de estado, a las 16 horas, la guardia procedió a revisar meticulosamente las vendas sobre los ojos, nos taponaron los oídos con algodón y nos esposaron las manos en la espalda.

Luego, cuando había transcurrido una hora, más o menos, nos hicieron poner de pie, con la cara hacia el pasillo, y un grupo numerosos de personas (lo oí por el ruido de sus pasos, y pese a los tapones de algodón en los oídos) empezó a recorrer el polvorín como si se realizara una inspección.

Posteriormente, tras haber transcurrido otra hora, escuchamos disparos de armas de fuego, sin poder precisar la distancia. Ese día, recién a las 20, con la cena, se restableció la rutina. Nos volvieron a esposar las manos delante del cuerpo, nos quitaron los tapones de los oídos.

Durante todo ese procedimiento se habían llevado a dos compañeros que habían estado con nosotros, y no los volvieron a traer. Esto ocurrió sólo una vez.

Las torturas

Los métodos de torturas utilizados en el “L.R.D.” –además de los ya conocidos, picana eléctrica, submarino, palizas– eran motivo de vanagloria para los interrogadores, que decían haber aprendido la experiencia represiva de las fuerzas militares de EEUU en Vietnam.

La innovación más característica del campo, en este aspecto, era el “pozo”. Consistía en enterrar al prisionero desnudo, en posición vertical, hasta el cuello. En torno a la cabeza se apisonaba la tierra, previo humedecimiento, para compactarla. La tortura se prolongaba hasta 48 horas.

Los efectos de este tormento son impactantes. Además de la enorme presión psicológica –el prisionero sigue vendado, sin poder ver en torno suyo, el cuerpo desnudo apretado por la tierra– se sufrían fuertes calambres musculares y presiones sobre la caja toráxica. Además, cuando uno era desenterrado, las secuelas eran afecciones diversas en la piel.

El objetivo central de este procedimiento era quebrar psicológicamente al prisionero, aislarlo por completo. Así los interrogatorios eran esporádicos.

Otra de las “innovaciones” era colgar a los prisioneros de una barra de metal de tres metros de altura, con una soga que pasaba sobre ella.

Había diversas posiciones: cabeza abajo (que se combinaba a veces con el submarino) con las manos esposadas detrás del cuerpo, sujetas por un gancho metálico, con las puntas de los pies apenas rozando el suelo y también con los brazos arriba de la cabeza, posición en la cual descargaban golpes sobre el cuerpo.

Otras de las variantes de este sistema –que se realizaba con interrogatorios– era colgar al prisionero desnudo, mientras se lo amenazaba con ataques de los perros de la guardia. Muchos detenidos sufrieron rasguños y heridas leves.

También se combinaba este tormento con la aplicación de la picana, con el submarino “seco”, las palizas, y la aplicación simultánea de la picana y el submarino “mojado”.

El personal

Fue muy difícil para mi, en este campo, identificar a los integrantes del personal. La guardia, en cuanto ingresaba el turno, pedía a los prisioneros que los identificáramos por sus nombres de pila o apodos: Carlos, Hugo, Lolo, Cacho, etc., y con la advertencia expresa que “eran inventados, por si alguno de ustedes sale en libertad algún día...”. También ocultaban sus grados en la Gendarmería, excepto su condición de suboficiales.

Los interrogadores pertenecían al Destacamento 142 de Inteligencia. Eran oficiales y suboficiales del Ejército, y personal civil adscripto, que se desempeñaban como “agentes de inteligencia”.

Posteriormente, habiendo sido trasladado ya a la Jefatura, pude identificar a dos miembros del Destacamento. Uno que aparentemente era el Jefe, y que uno de sus apellidos era Ventura, y tenía el grado de Capitán. Otro, del mismo grado, a quien había visto ya en Nueva Baviera, era llamado allí “Capitán Mur”, aunque en Jefatura, ya vestido de civil, oí mencionar como el capitán Medina.


Campo de Concentración de Nueva Baviera


En 1975, al lanzarse el “Operativo Independencia”, nombre en clave de la ocupación militar de la provincia de Tucumán, el Comando de la Zona de Operaciones se instaló en la comisaría de Famaillá, ciudad ubicada a 36 kilómetros al sur de San Miguel de Tucumán.

El Operativo significa una lucha abierta contra la guerrilla rural, basada en la represión generalizada de la población del sur de la provincia, especialmente la rural.

Esta región está dedicada casi por entero a la producción azucarera y cuenta con más de una docena de ingenios. En el momento de comenzar el operativo, los trabajadores tienen una organización sindical muy desarrollada.

Es en esta zona, durante 1975, que se ensayan una serie de medidas represivas idénticas, tales como el secuestro y posterior desaparición de centenares de militantes, que luego eran trasladados a un lugar donde eran concentrados y torturados durante todo el tiempo que el mando militar considerara necesario.

Desde febrero-marzo de 1975 hasta marzo-abril de 1976, este centro clandestino de concentración y tortura fue una escuelita a la salida del oeste de Famaillá, camino al ingenio Fronterita. La existencia de este campo fue revelada inclusive antes del golpe militar de 1976. En este período, el Operativo Independencia estaba a cargo del General Acdel Edgardo Vilas.

En marzo-abril de 1976 asume el gobierno de Tucumán el general Antonio Domingo Bussi y jefe del Comando de la Zona de Operaciones es designado el teniente coronel Antonio Arrechea, que hasta entonces se había desempeñado como jefe de la Policía provincial.

Fue en ese momento cuando se resolvió trasladar el Comando de la Zona de Operaciones de Famaillá al Ingenio Nueva Baviera, que había cerrado en 1966 y que en ese entonces estaba totalmente desocupado. También en esa época se cierra la escuela de Famaillá, como centro de tortura y reclusión.

A partir de entonces, se descentraliza la represión y se crean los centros clandestinos de concentración de prisioneros. Algunos de ellos, como el de la Jefatura de Policía, ya existía como tal, aunque sólo como lugar de paso, para el posterior traslado a la escuela de Famaillá.

El Ingenio Nueva Baviera está ubicado frente a la ciudad de Famaillá. En la ruta Nacional N° 38, a la altura de la ciudad, existe hoy una rotonda. Si se marcha en dirección sur por la ruta, a la derecha está el camino de acceso a Famaillá, y a la misma altura, pero a la izquierda –es decir, en dirección este– el ingreso a Nueva Baviera, a unos 400 metros dela ruta nacional. Entre ésta y el ingenio existe un barrio de ex empleados de la fábrica azucarera.

Todo el ingenio Nueva Baviera era una base militar, la principal en la zona de operaciones, y allí estaban acuartelados los efectivos del Ejército principales, transportados hasta allí desde distintos puntos del país.

Los portones de acceso estaban vigilados en forma permanente por efectivos militares.

En lo que fueron las oficinas de la empresa se había instalado el Comando y las viviendas de los oficiales. Esta zona estaba al fondo del establecimiento, en línea recta con los portones de ingreso.

En Nueva Baviera funciona un helipuerto y gran cantidad de material rodado para el transporte de tropas, de todo tipo.

En las instalaciones generales del ingenio vivían los soldados. El campo de concentración estaba emplazado en el viejo laboratorio del ingenio, y en sus instalaciones anexas. Estaba ubicado a 30 metros al sur del portón principal del ingenio, y para llegar hasta él era necesario pasar por otro portón de malla de alambre, por un portón de malla de alambre, por un portón metálico, de unos cuatro metros de ancho, que comunicaba con una playa de estacionamiento techado, y por otra puerta, que vinculaba mediante un hall a todas las dependencias del edificio.

Toda esta zona estaba rodeada de carteles que prohibían el acceso, por ser “restringida”. Sólo podían ingresar oficiales del Ejército y personal de la policía provincial.

Atrás del laboratorio estaba ubicado el helipuerto.

Este campo funcionó hasta agosto de 1977, fecha en que fue desmantelado y disuelto el grupo operativo que tenía base allí, cuyos integrantes –militares y policías– fueron reincorporados a sus destinos habituales.

Los prisioneros alojados allí en esa fecha, fueron trasladados: unos al L.R.D. de la Compañía de Arsenales, otros a la Jefatura General de Policía, y otros, finalmente, con destino que desconozco.

Descripción del campo

En la nave donde había funcionado el laboratorio, de unos 40 metros de el laboratorio, de unos 40 metros de superficie, estaban alojados prisioneros del campo (ver plano). Dos de sus paredes tenían grandes ventanales (llegaban desde el techo hasta una altura de 1,20 metros respecto del piso), pintados por fuera y con papel traslúcido por dentro. Sobre la pared sur del laboratorio había un pequeño baño (0,60m por 1,20m aproximadamente) y contra la pared norte, un lavatorio.

En el centro del laboratorio, y casi por todo el largo, había una mesada de mampostería, recubierta de azulejos, utilizada originariamente para la realización de análisis químicos.

Al laboratorio se accedía por un pequeño hall de entrada que comunicaba con un sector del galpón que servía como garage. Desde ese mismo hall se accedía, hacia la izquierda, a una oficina donde había un armario que contenía los archivos, informaciones y listas del grupo operativo, dos mesas, una máquina de escribir y varias sillas.

Esta oficina estaba comunicada por una puerta con una pequeña habitación utilizada como sala de torturas.

En ella había un elástico de cama y varias sillas. En esta sala había otro baño, de reducidas dimensiones, y otro lavatorio adosado a la pared.

Otro cuarto, también utilizado como sala de torturas –tenía unos 2 metros por 1,20m– estaba comunicado directamente con el hall de entrada.

Condiciones de detención

Al ingreso al campo, los prisioneros, fueran hombres o mujeres, adultos o niños (en Nueva Baviera es el único lugar en el que veo niños secuestrados) se les vendaba los ojos, y sus manos atadas con sogas o esposadas.

La mayor parte del día permanecíamos en el laboratorio, acostados sobre el piso, siguiendo el perímetro de la nave, unas veces más juntos, otras, más separados, según la cantidad de detenidos que había. Para los interrogatorios éramos llevados a las salas de tortura. En este campo, las posibilidades de salir a algún espacio exterior para los prisioneros eran virtualmente nulas.

Tres o cuatro veces por día la guardia nos ordenaba realizar ejercicios físicos. La guardia era permanentemente dentro del laboratorio, al igual que en el hall de entrada y en el portón de ingreso de los vehículos.

La guardia cambiaba cada 24 horas, y los turnos tenían 48 horas de descanso. Todos sus integrantes eran policías de la provincia de Tucumán.

La permanencia de los prisioneros en Nueva Baviera no era prolongada: el máximo era de unos dos meses, pero lo más frecuente era que los detenidos permanecieran allí 10 o 15 días.

En general, los prisioneros eran trasladados desde Nueva Baviera a los dos campos principales (“L.R.D.” y Jefatura).

Por todo cobijo para dormir se había provisto a los detenidos de una manta a cada uno, de color verde oscuro, perteneciente al Ejército. Se realizaban tres comidas al día: el desayuno, que consistía en un jarro de aluminio, que tenía la inscripción “Ejército Argentino”, con mate cocido; un almuerzo, a las 14 horas, y una cena, a las 20 horas. Toda la comida era provista desde el mismo ingenio, donde se cocinaba el rancho para las tropas.

Para ir al baño había que solicitar permiso, y el guardia nos conducía al baño interior.

En la época que yo permanecí allí –desde octubre a diciembre de 1976– hacía calor. Se nos permitía bañarnos una vez cada dos o tres días, e inclusive, lavar nuestras ropas durante el baño. Ambas operaciones se realizaban individualmente, en las mismas dependencias interiores. A mediados de diciembre de 1976 –éramos en ese momento 7 u 8 prisioneros, yo conocía a tres de ellos: Leandro Fote, dirigente sindical de los trabajadores del ingenio, Fernando Ojea y Ramón Amaya– nos ordenaron salir del laboratorio y nos subieron a una camioneta Ford, de caja metálica. Durante dos horas el vehículo estuvo circulando, por caminos de tierra. Luego regresamos otra vez a Nueva Baviera. Por comentarios de la guardia, tuvimos una versión explicativa de los hechos: se había realizado una inspección al ingenio, organizada por el general Bussi y el teniente coronel Arrechea. Aparentemente, la visita era realizada por miembros de algún organismo internacional.

El propósito de Bussi era claro: volviendo a secuestrar a los prisioneros ya secuestrados alojados en el campo de concentración, podía demostrar que en Nueva Baviera no había ningún centro ilegal de reclusión ni se torturaba, pese a los gritos de dolor de los prisioneros sometidos a tormento.

Las torturas

El interrogatorio estaba a cargo de personal policial del mismo campo, junto con oficiales de Ejército. Generalmente se torturaba en presencia del teniente coronel Arrechea, o de su segundo jefe, mayor Augusto Neme.

Las torturas consistían en golpes, picana eléctrica y submarinos, seco o mojado. Cuando se torturaba, se utilizaba una radio a todo volumen para acallar los gritos de los detenidos.

Una vez por semana, aproximadamente, un oficial médico del Ejército efectuaba una revisión de los prisioneros, para preservarnos como fuentes potenciales de información, esto es, que nuestros cuerpos pudieran seguir resistiendo las torturas.

El personal

Hasta mayo-junio de 1976 no había un grupo operativo especializado en secuestros y torturas en la zona, fuera del que tenía base en la escuela de Famaillá, que pertenecía al Destacamento 142 de Inteligencia, que operaba por órdenes directas del Comando de la zona de Operaciones.

En mayo o junio de 1976 Bussi ordena el traslado a Nueva Baviera de uno de sus guardaespaldas, el cabo de la policía tucumana Héctor Domingo Calderón, bajo mando directo de Arrechea. La misión de Calderón es formar un grupo operativo especializado en secuestros y torturas, dependiente en forma directa de Arrechea, para no tener que recurrir así a personal del SIC o del Destacamento 142.

Calderón recluta rápidamente entre el personal policial de la zona a unos 25 o 30 agentes, todos de origen campesino, destinados a distintas comisarías de pueblos del interior, cercanos a Famaillá, ya con alguna experiencia en tareas de represión, pues habían participado como apoyo en algunos secuestros realizados en esas localidades.

Este personal –que pude conocer– es el que integra, desde esa fecha hasta mediados de 1977, el grupo operativo para secuestros y torturas de Nueva Baviera.

Militares

General ANTONIO DOMINGO BUSSI
(Gobernador de Tucumán y Comandante de la V Brigada de Infantería)

Teniente Coronel Antonio Arrechea
(Jefe del Comando de la Zona de Operaciones)

Mayor Augusto Neme
(Segundo Jefe del Comando de la Zona de Operaciones)



Policías

Cabo 1ro. Héctor Domingo Calderón
Agente Juan Luis Villacorta
Agente Miguel Angel Venturino
Agente Miguel Angel Nieva
Agente Oscar Andrade
Agente Zárate
Agente Guillermo Abec
Agente Antonio Seco
Agente Américo Verón
Agente Benito Segundo Acosta
Agente Benito Roldán


Modo operativo

Es similar, con las especificidades del caso, al de los otros campos de concentración clandestinos ya descriptos, aunque se adecuaban a las condiciones de la zona rural: los integrantes del grupo operativo vestían como campesinos, se desplazaban en vehículos utilitarios, etc.

Los automotores utilizados por el grupo eran dos Rastrojeros (camionetas pequeñas, de motor gasolero, de fabricación argentina), uno de color azul y otro naranja, una camioneta Chevrolet blanca y otra marca Ford, de color celeste, con caja metálica. Además, se utilizaba un coche Ford Falcon color crema.

Uno de los rastrojeros, de color naranja, había sido requisado a un sacerdote de la ciudad de Concepción, quien fue a su vez secuestrado, a quien los guardias identificaba como el “cura gaucho”. Desconozco sus nombres y apellidos.

En general en todos los operativos participaban entre 8 y 10 personas, con armas cortas y largas. En forma permanente integraban los grupos operativos 3 o 4 oficiales del Ejército, y algunas veces de la Armada. Estos oficiales no eran nunca los mismos, sino que rotaban y pertenecían a distintas unidades militares de todo el país que eran destinadas 45 días a la zona de operaciones.

Los oficiales intervenían en los operativos de secuestro por orden del Comando de la Zona de Operaciones.

Durante el tiempo que permanecí en Nueva Baviera, tuve información, por comentarios de los guardias, que tres oficiales de la Armada, también rotativos, habían cumplido funciones represivas directas. Uno de esos oficiales navales, de unos 35 o 40 años de edad, era hijo del Almirante (RE) Isaac Rojas. Este oficial participó en el asalto a una casa en la ciudad de Concepción, donde fue asesinado a balazos el militante popular ;c Donald.

El dueño de la casa donde ocurrió este hecho, así como su hijo, de 7 años aproximadamente, fueron secuestrados dos días antes del crimen. La madre había quedado cautiva dentro de la casa, bajo coacción. Dando verosimilitud a una situación de normalidad, que en realidad era una ratonera.

El niño estuvo en Nueva Baviera hasta mediados de enero de 1977. Posteriormente fue entregado a unos familiares que vivían en Los Sarmientos, localidad próxima a la ciudad de Aguilares. El padre fue trasladado al “L.R.D.” donde yo lo vi. Desconozco su destino ulterior.

Otras visitas. Más responsabilidades


Hubo otras dos visitas importantes a la zona de operaciones, donde varios prisioneros fuimos conducidos a presencia de altos jefes militares.

En una de ellas, realizada en dependencias del Comando –un salón grande cuyas paredes estaban recubiertas de mapas y de fotos y nombres de personas buscadas– participaron integrantes del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas, es decir, altos oficiales del Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea.

Presidió esta reunión el General Bussi, quien presentaba a los prisioneros con nombre y apellido y realizaba un breve historial de cada uno, antes de instar a los oficiales presentes a que nos interrogaban. Entre los prisioneros que fuimos llevados allí –todos esposados con las manos a la espalda– recuerdo a Julio Abad, Rodolfo Lerner, Leandro Fote, Ramón Amaya, Aída Villegas, trasladada a tal efecto desde San Miguel de Tucumán, y otro detenido de apellido Mauri, que era correntino.

La otra reunión de trámite similar, se realizó en el mismo lugar, pero con la participación de oficiales del Estado Mayor del III Cuerpo de Ejército, en cuya jurisdicción está comprendida la provincia de Tucumán, y fue presidida por el comandante de la región, general Luciano Benjamín Menéndez.

Los prisioneros interrogados en esa oportunidad fuimos Fernando Ojea, Ramón Amaya y yo. Esta vez nos llevaron con los ojos vendados hasta el recinto. Al quitarla, lo primero que vimos fue a los oficiales de Ejército. También un cartel colgado de nuestro cuello donde se consignaba nuestro nombre, apellido y edad.


Mi libertad


El 9 de agosto de 1978 fui puesto en libertad en San Miguel de Tucumán. Inmediatamente viajé a Buenos Aires y desde allí al exterior. Salí de Argentina el día 12 de agosto de ese mismo año.

Un mes antes, el supervisor militar del D-2 había autorizado que la Policía Federal extendiera un pasaporte a mi nombre.

¿Cuáles son las razones que motivaron esta decisión? ¿Por qué, en definitiva, yo estoy libre y otros muchos aún no han aparecido? No tengo elementos concluyentes para dar mi versión definitiva de estos sucesos. Sin embargo, puedo anotar algunos hechos que pueden imbricar una explicación parcial de un proceso que en su totalidad desconozco.

Desde mi secuestro, el 14 de agosto de 1976, hasta fines de mayo de 1977, luego de varios traslados por varios campos de concentración, no hay ningún indicio que haga presumir para mí una suerte distinta al resto de mis compañeros: no colaboro con las fuerzas represivas, no hay ninguna detención producto de mis declaraciones, no realizo tareas de inteligencia para ellos.

En enero de 1977 se comienza a advertir, y de forma más o menos clara e inmediata, que el ritmo de secuestros va disminuyendo.

La explicación es simple: en Tucumán, la práctica del terrorismo de estado había comenzado antes del golpe de 1976 y, por lo tanto, dos años después también disminuyen ostensiblemente las detenciones. A mediados de 1977 pude observar un cambio en la política terrorista del estado en Tucumán en forma externa, porque ya no hay tantos secuestros; en forma interna, porque la política de ofensiva puramente militar se torna prevención e inteligencia.

La veta para la información rápida y operativa de los primeros tiempos, que estaba dada por la concentración clandestina e indefinida de los prisioneros, deja de ser importante, porque hay pocas capturas de nuevos prisioneros; se transforma en tareas más elaboradas de inteligencia.

Es en ese momento en que cambia la situación con respecto a un grupo de prisioneros, en el cual estoy incluido. Se nos separa del resto, se nos interroga continuamente, ya sin torturas físicas y posteriormente, se nos deja conectar con nuestras familias, aunque sin estar ni en libertad, ni reconocidos oficialmente como detenidos.

A fines de 1977, posteriormente, otro signo de este cambio de política es la disolución del SIC, el desmantelamiento del campo de concentración de la Jefatura y de Nueva Baviera. Inmediatamente antes se produce un traslado colectivo de detenidos-desaparecidos.

Con los integrantes del grupo de prisioneros seleccionados –éramos cuatro detenidos– los responsables del SIC se dieron una técnica especial. Es la teoría de la supuesta “recuperación” para los planes de la dictadura militar.

Esta política no tuvo un desarrollo lineal, lógico, racional: estuvo recorrida por subjetividades, engaños, simulaciones. Y no fue un proceso corto, sino de largo plazo, matizado por la explotación de los trabajadores y el pueblo, al crimen organizado, al aprovechamiento económico de las lacras humanas, tales como el tráfico de drogas o la prostitución, el robo o el soborno.

Esa pirámide de intereses permanentes, cuyas bases se asentaban y aún hoy se asientan sobre la brutalidad, el escarnio, la represión y la violación de todo derecho humano, tiene una cúpula: La Junta Militar Argentina, que ha instaurado la más brutal dictadura antipopular que registre la historia de nuestra patria.

Hoy vengo a testimoniar ante mi pueblo y ante la opinión pública internacional, para fijar las responsabilidades de todos los protagonistas de esta página negra de la historia argentina.

Pero desde un punto de vista absolutamente personal, vengo a testimoniar para demostrar a mis secuestradores que, pese a todo, no soy un hombre “recuperado” para sus planes y designios. Al contrario, creo que este testimonio viene a dar fe en mi confianza en la pronta recuperación de la libertad, la democracia y la justicia para el pueblo argentino, y en el resultado de la lucha imprescindible para derrotar a una dictadura culpable del dolor de millares de familias de argentinos, así como del hambre, la explotación, y la angustia de millones de compatriotas.



Lista de Secuestrados en Jefatura de Policía

(Nombre y Apellido – Fecha en que lo vi – Aclaración)


1. DARDO MOLINA – Junio 1977 – Senador Provincial por el Peronismo hasta la instauración de la dictadura militar.

2. CARLOS GALLARDO – Diciembre 1976

3. AIDA VILLAGRA – Noviembre 1976

4. JORGE VILLAGRA – Junio 1977

5. ADRIANA MITROVICH – Junio 1977

6. GUILLERMO VARGAS AIGNASSE – Mayo 1976

7. RICARDO TORRES CORREA – Junio 1977

8. GRACIELA BUSTAMANTE DE ARGAÑARAZ – Junio 1977

8. Sra. DE VALLADARES – Junio 1977

10. HORACIO PONCE – Junio 1977

11. CARLOS APAZA – Junio 1977

12. GUSTAVO SANTILLAN – Junio 1977

13. RICARDO SOMAINI – Junio 1977

14. RICARDO SALINAS – Agosto 1976

15. Señora de RICARDO SALINAS – Agosto 1976

16. DANIEL FONTANARROSA – Junio 1977

17. JORGE RONDOLETTO – Diciembre 1976

18. AZUCENA BERMEJO de RONDOLETTO – Diciembre 1976 – Embarazada

19. PEDRO RONDOLETTO – Diciembre 1976

20. AIDA CENADOR de RONDOLETTO – Diciembre 1976

21. SILVIA RONDOLETTO - Diciembre 1976

22. HUGO BERNUCHI – .... – Muerto en un enfrentamiento simulado en Septiembre de 1976

23. DANIEL CARLEVARO – .... – Muerto en un enfrentamiento simulado en Septiembre de 1976

24. Señora de QUINTEROS DE VECHIO – .... – Muerta en un enfrentamiento simulado en Septiembre de 1976

25. VIRU – .... – Muerto en un enfrentamiento simulado en Septiembre de 1976

26. CARLOS MAURY – Diciembre 1976

27. GRACIELA BUSCARIELO – Agosto 1976

28. CHICHI TOLEDO – Diciembre 1976

29. QUIROGA – Diciembre 1977 – PEN

30. JUAN CARLOS CLEMENTE – Agosto 1976 – Libertad

31. NELLY GONZÁLEZ – Agosto 1976 – Libertad

32. OESTERHELD – Agosto 1976 – Embarazada, hija del guionista Héctor Oesterheld

33. HUMBERTO PONCE – Junio 1977

34. MARTA CORONEL – Junio 1977 – Murió enferma

35. ... CORONEL – Junio 1977 – Padre de la anterior

36. ANGEL GARMENDIA – Agosto 1977

37. OTTO STRAKA – Agosto 1977 – Secuestrado en Salta, es traído a Tucumán

38. COMPAÑERA DEL ANTERIOR – Agosto 1976 – Secuestrada en Salta, es traída a Tucumán.

39. SUSANA MACOR de DIAZ – Agosto 1976

40. ... DIAZ – Agosto 1976 – Marido de la anterior

41. ... DIAZ – Agosto 1976 – Hermano del anterior

42. LUISA IBÁÑEZ – Julio 1976 – Vivía en la Banda del Río Salí, estudiante de la Facultad de Derecho

43. EZEQUIEL .... – Julio 1976 – Salteño, estudiante de medicina

44. LILIA SESTO – Agosto 1976 – Fue muerta en un tiroteo, trajeron su cadáver al campo.

45. OLGA RABSIUM – Agosto 1976 – Fue muerta en un tiroteo, trajeron su cadáver al campo

46. CARLOS ARALDI – Agosto 1977 – Trajeron su cadáver

47. JULIO .... – Agosto 1976 – Estudiante y trabajador no docente en la Facultad de Derecho de Jujuy.

48. JOAQUIN ARIÑO – Julio 1977

49. WALTER .... – Agosto 1977 – Vivía en la Banda del Río Salí

50. .... BAEZ – Agosto 1976 – Santiagueño

51. JUAN CARLOS MIÑO – Agosto 1976 – Según comentarios de miembros del SIC se habría fugado en el transcurso de un operativo al cual era llevado.

52. VÍCTOR MOREIRA – Agosto 1977

53. FERNANDO CURIA – Agosto 1976 – Compañero de aproximadamente 23 años.

54. GLORIA CURIA – Agosto 1976 – Hermana del anterior.

55. RODOLFO MIGUEL – Agosto 1976 – Secuestrado en Santiago del Estero, es traído a Tucumán. Fue Diputado en Santiago por el peronismo hasta 1976.

56. JOSE OJEDA – Septiembre 1977

57. ... ....... – Agosto 1976 – Un chico de 17 o 18 años, delgado, santiagueño. Había sido secuestrado en Santiago del Estero en 1975 y posteriormente puesto en libertad. Lo secuestraron en Tucumán en Junio de 1976.

58. ... PONCE – Agosto 1976 – Dirigente peronista catamarqueño, secuestrado en esa ciudad y luego traído aquí.

59. JUAN CARLOS DI LORENZO – Diciembre 1976

60. ... ..... – Diciembre 1976 – Una señora de unos 60 años de edad, maestra, tía de un muchacho de nombre JUAN MASSAGUER.

61. ... .... – Junio 1977 – Un muchacho moreno de unos 21 o 22 años de edad de la ciudad Banda del Río Salí; a quien le decían “Turco”.

62. DARIO .... – Junio 1977 – De unos 25 años de edad, de la Banda del Río Salí; su padre tenía una verdulería.

63. .... QUINTEROS – ... – Este es un oficial de la Policía de Tucumán y creo que estaba retirado. En el mes de septiembre u octubre de 1977 fue secuestrado en la calle por miembros del SIC, al mando del teniente Luis Ocaranza, Sup. Militar del D-2. Este oficial no tendría nada que ver con actividades de oposición al régimen militar. Fue orden del Inspector General Albornoz el que lo secuestra y según éste tenían “cuentas pendientes” que arreglar por rencillas personales suscitadas a raíz de explotación de algunos delitos comunes en los que habían participado juntos. De esto se entera después el Comando de la V Brigada y por investigación de Destacamento de Inteligencia 142, que en ese momento se dedicaba a investigar al SIC, como también a la inversa, puesto que la lucha por el poder de los sectores represivos estaba desatada. Ante esto y para evitar que sea puesto en libertad, Albornoz fragua informes personales falsos sobre Quinteros como opositor al régimen y con la colaboración del Dr. Galdeano hacen ingerir a varios prisioneros, entre ellos Quinteros, una bebida con un producto que generaba síntomas similares a la hepatitis y así consigue el traslado casi inmediato de éstos por temor al contagio masivo de prisioneros y guardias.

64. NORA MONTESINO – ... – Secuestrada en Salta en agosto de 1976, y luego trasladada a Tucumán, la dejaron en libertad en enero de 1977 pero debía presentarse regularmente en Jefatura de Policía como forma de mantenerla controlada por el SIC. No sé en qué mes exactamente deja de hacerlo y la única información que el SIC maneja es que se habría ido a trabajar a la provincia de Mendoza. Como medida de “prevención”, según ellos, mandaron un radiograma a Jujuy, con el pedido de secuestrar a dos hermanos de esta compañera que trabajaban en YPF en Tartagal. Esto lo realizó el Ejército y éstos dos muchachos fueron trasladados a Tucumán y los mantuvieron secuestrados hasta que ésta se presentó nuevamente al SIC en el mes de junio de 1977, cuando los dejaron en libertad.

65. .... GARCÍA – ... – Un sargento del SIC que era jefe de uno de los grupos que controlaba a los detenidos-desaparecidos. Albornoz dio la orden de secuestrarlo y trasladarlo a su vez a la zona de calabozos individuales. Esto lo hizo la conducción del SIC con el propósito de dar un escarmiento, puesto que éste sargento pasó información a los familiares de un secuestrado, a quien les informó que éste se encontraba vivo y en la Jefatura de Policía. Albornoz planteaba que había que fusilarlo por haberlos “traicionado”. No se qué sucedió con esta persona quien fue trasladada individualmente en octubre-noviembre de 1977 por miembros del SIC.

66. ENRIQUE CAMPOS – ... – Militante popular peronista. Lo traen herido de bala en la espalda en el mes de agosto de 1977 a la Jefatura de Policía. De allí lo conducen al hospital militar donde es operado por hallarse grave. Una semana después es traído nuevamente a Jefatura por orden de Bussi para interrogarlo y como se niega a colaborar con el SIC, el Teniente Coronel Zimerman corta el suero y lo dejan morir en la sala del “teléfono”, de la zona de interrogatorios.

67. ISMAEL ADRIS – Noviembre 1977

68. MARÍA DEL TRÁNSITO BARRIONUEVO – Junio 1977

69. MARÍA CRISTINA BEJAS – Junio 1977

70. ALICIA BURDISO – Junio 1977

71. ALICIA CERROTA DE RAMOS – Junio 1977

72. ANA CRISTINA CORRAL – Agosto 1976

73. MARÍA ISABEL JIMÉNEZ – Junio 1977

74. LUIS ADOLFO HOLMQUIST – Agosto 1976

75. HORACIO PONCE – Junio 1977

76. JOSE RAMOS – Diciembre 1976

77. DALMIRO ROJAS – Septiembre 1977

78. JOSÉ ROJAS – Septiembre 1977

79. BERTA SOLDATI – Agosto 1976

80. RAUL ROMERO – Septiembre 1977

81. REYES ROMERO – Septiembre 1977.



Listado de secuestrados en Arsenal

(Nombre y Apellido – Fecha en que lo vi – Aclaración)


1. JULIO ABAD – Febrero 1977 – Fue secuestrado en Bs, As, y trasladado a Tucumán.

2. LEANDRO FORTE – Febrero 1977 –Fue secuestrado en Bs. As. y traído a Tucumán.

3. ... MALDONADO – Febrero 1977 – Fue secuestrado en Bs. As. y traído a Tucumán junto a Fote.

4. RODOLFO LERNER – Febrero 1977

5. MARÍA CELINA GONZÁLEZ – Febrero 1977

6. LUIS FALÚ – Febrero 1977

7. JUAN CARRERAS – Abril 1977

8. ANABEL CANTOS – Febrero 1977

9. .... CANTOS – Febrero 1977 – Primo de la anterior. Santiagueño.

10. ... CANTOS – Abril 1977 – Hermano del anterior

11. ANGEL BACA – Febrero 1977

12. ... PEREZ – Febrero 1977 – Chaqueño. Libertad.

13. ... .... – Febrero 1977 – Un camionero de unos 45 o 50 años de sobrenombre “Tiucho”.

14. ... .... – Febrero 1977 – Una chica de unos 26 o 28 años, delgada y rubia, de pelo corto, estudiante de bioquímica, secuestrada en la ciudad de Santa María (Catamarca).

15. ... .... – Febrero 1977 – Un muchacho de unos 30 años de la ciudad de La Cocha que tenía un hermano mellizo.

16. ... .... – Febrero 1977 – Un muchacho de unos 25 o 27 años de la ciudad de Santa Lucía que le decían “Grasita”.

17. ... .... – Abril 1977 – Una chica de unos 30 años muy gorda, que tenía asma; santiagueña, secuestrada en su provincia.

18. ... .... – Febrero 1977 – Un contador de unos 30 años, secuestrado en Santiago del Estero, su provincia natal.

19. ... .... – Febrero 1977 – Un muchacho de unos 20 años del Ingenio La Florida.


Personas a las cuales no vi, pero por otros compañeros secuestrados me entero que estuvieron en ese campo y fueron trasladados antes de mi traslado allí


20. HERNÁN GONZÁLEZ

21. MARÍA TERESA SÁNCHEZ

22. JUAN CARLOS BUSTAMANTE

23. JOSÉ VEGA



Lista de secuestrados en Nueva Baviera

(Nombre y Apellido – Fecha en que lo vi – Aclaración)


1. FERNANDO OJEDA – Agosto 1976

2. OSCAR JIMÉNEZ – Enero 1977

3. MIGUEL MURÚA – Septiembre 1977

4. ESPOSA de MIGUEL MURÚA – Diciembre 1976

5. ROQUE CÓRDOBA – Octubre 1976

6. ... REYNOSO – Noviembre 1976 – Le decían “El Diente”

7. JUAN NUGUES – Agosto 1976

8. POBA – Agosto 1976

9. JONNY MARTINEZ – Agosto 1976

10. RAMÓN AMAYA – Octubre 1976

11. OSCAR CABRAL – Febrero 1977 – Alto, 1.90m, muy delgado, de la ciudad de Aguilares.

12. ... .... – ... – Un sacerdote al cual le decían “Gaucho”, que vivía en la ciudad de Concepción y al cual lo secuestraron mientras conducía una camioneta Rastrojero color naranja, la cual luego utilizan como vehículo operativo.

13. ... .... – Octubre 1976 – Un dirigente sindical del Ingenio Fronterita, de unos 45 años, cabello blanco, secuestrado en el mes de Abril o Mayo de 1976 en esa localidad. Le decían “El Tío”.

14. ... LEYES – Diciembre 1976 – Empresario de la ciudad de Bella Vista.

15. VICENTA .... – Octubre 1976 – De aproximadamente 25 años de la ciudad de Bella Vista.

16. ... .... – Noviembre 1976 – Una chica de unos 30 años, esposa de un dirigente sindical de la ciudad de Aguilares de apellido Medina.

17. ... .... – Octubre 1976 – Un trabajador del Ingenio Fronterita, de profesión electricista, secuestrado en Julio de 1976, que le decían “Turco”.

18. NOEMÍ RAMÍREZ – Octubre 1976

19. PEDRO GUILLERMO CARROTO – Febrero 1977.
Ampliación y ratificación ante Comisión Bicameral por los Derechos Humanos (Ley 5599) del testimonio de Juan Martín


En Capital Federal, a los diecinueve días del mes de abril de mil novecientos ochenta y cinco, se constituye una Delegación de la COMISIÓN BICAMERAL POR LOS DERECHOS HUMANOS, LEY 5599, en la sede del CELS (CENTRO DE ESTUDIOS LEGALES Y SOCIALES), sito en la calle Rodríguez Peña 286. – La COMISIÓN está representada por el Diputado ARTURO SASSI, en su carácter de Secretario y las asesoras letradas, Doctores MARÍA ALICIA NOLI y LILIANA VITAR, a los fines del comparendo del Señor JUAN MARTÍN, argentino, soltero, mayor de edad, M.I. N° 10.556.134, con domicilio constituido en la calle Rodríguez Peña 286, quien comparece y DICE: QUE RATIFICA EN TODOS SUS TÉRMINOS EL TESTIMONIO DADO ANTE CADHU en MADRID y ante CONADEP (vía diplomática) para Argentina. En el presente acto, efectúa una AMPLIACIÓN DE LOS DATOS TESTIMONIADOS en los respectivos instrumentos, referidos a las personas vistas en los respectivos centros clandestinos de detención donde estuvo el compareciente: PERSONAS VISTAS: Y/O MENCIONADAS DE LAS QUE TUVO CONOCIMIENTO DE SU PERMANENCIA Y TRÁNSITO: Diputado RODOLFO MIGUEL: lo vio en Jefatura de Policía, en los meses de Junio o Julio de 1977; ENRIQUE ALBERTO SÁNCHEZ: sabe por versiones de Luis Falú, “Lucho”, que estaba en Arsenales Miguel de Azcuénaga en los primeros meses de 1977; EDUARDO SERRANO: sabe también por versiones de Luis Falú que al último nombrado lo interrogaban reiteradamente por Serrano, hasta que le avisan que fue secuestrado en Buenos Aires; LUIS VALDÉZ: estuvo en Jefatura de Policía, no lo vio personalmente pero tomó conocimiento de su permanencia en dicho centro: ROSARIO ARGAÑARAZ: lo vio en Nueva Baviera, junto a su hijo (que tenía un defecto en la pierna), recuerds que a dicho campo llevaron un tractor perteneciente a los detenidos mencionados, que saquearon en el momento del secuestro, dicho tractor estuvo largo tiempo en Nueva Baviera. Un vecino de la familia Argañaraz, policía, formaba parte del grupo de tareas que operaba en la zona sur al mando de Calderón; ARTURO ALBERTO LEZCANO: es un muchacho secundario santiagueño, visto por el compareciente en Jefatura de Policía, que menciona en su Testimonio, sin identificación; OSCAR RAMÓN CABRAL: lo recuerda como un muchacho alto, delgado, que estuvo en Nueva Baviera y que fuera secuestrado de la ciudad de Aguilares; FAMILIA ALARCÓN: por dichos de Albornoz, tuvo conocimiento que secuestraron a esta familia que vivía en la zona de Yerba Buena y estuvieron en la Jefatura de Policía; MERCHAN ROBERTO DANIEL: según versiones que le fueron dadas por un secuestrado Nugués y de Calderón, estuvo en Nueva Baviera; MARTA SILVIA de VISCONTI: la menciona en su Testimonio como “LA TÍA”: estuvo en Jefatura de Policía; GIMÉNEZ: es un muchacho que vivía por calle Bernabé Aráoz y Bolívar (aproximadamente), conocido por el apodo de “Cabezón” o “Burbujas”, que estudiaba Ingeniería, lo vio en Arsenales Miguel de Azcuénaga; EZEQUIEL PEREIRA: mencionado en su testimonio, como “EZEQUIEL”, fue visto en Jefatura de Policía; PONCE: un muchacho catamarqueño, que fuera secuestrado, conducido a Tucumán; MARÍA TRÁNSITO BARRIONUEVO: la vio en Jefatura de Policía, estaba en su celda individual, padecía alguna enfermedad, la vio morir; REYNOSO: conocido por el apodo de “DIENTE”, oriundo de Monteros, lo vio en Nueva Baviera; CARMEN GÓMEZ Y HÉCTOR GARGIULO: no los vio pero tomó conocimiento a través de una lista que contenía una extensa nómina de personas secuestradas y que figuraban con una sigla “DF”, que significaría “Destino Final o Disposición Final”, lo que traducido, significaría: muerte o fusilamiento. Ambos habrían pasado por la Jefatura de Policía, dependencia donde se encontraba la mencionada “lista”; NELLY DUPUIS de VALLADARES: no la vio personalmente, pero supo que estaba en Jefatura de Policía. Vio un cajón con pertenencias de la familia, entre las que se destacaban numerosas cartas; TINCHO: podria identificárselo como JOSE ALMÉRICO, un camionero visto en Arsenales; ADRIANA MITROVICH y RICARDO TORRES CORRE: vio a la primera en la Jefatura de Policía, pero al segundo supo que estaba. El automóvil Renault 6, color bordó, que fuera llevado en el momento del secuestro, era usado por la policía; automóvil en el cual fue varias veces conducido a su domicilio particular; FAMILIA RONDOLETTO: el auto perteneciente al padre de la familia, Pedro Rondoletto, marca Ami 8, color rojo, que luego fuera pintado de verde con franja blanca, fue entregado en premio por Albornoz a un sargento (custodio de los secuestrados) en Jefatura, era un hombre mayor, corpulento, por el desempeño eficiente. Al desmontarse el campo de la Jefatura y coincidiendo con el retiro del sargento, efectúa dicha “gratificación”; DANUN: dos personas con este apellido fueron vistas en Nueva Baviera; GRACIELA BUSTAMANTE: fue vista en Jefatura de Policía; QUINTEROS WENCESLAO: policía nombrado en su testimonio, agregando en el presente que lo ve llegar a Jefatura acompañado de Ocaranza, supervisor militar del D-2 y Calderón, supone que ambos efectuaron su secuestro; CÓRDOBA: obrero del sur, oriundo de Bella Vista, lo vio en Nueva Baviera; NORMA SIBANTOS: supo que estaba en Jefatura de Policía, cree que fue llevada por el “142”; GARMENDIA, ÁNGEL: fue visto en Jefatura de Policía; DANIEL CARLEVARO, HUGO BERNUCHI, ROSA QUINTEROS y “VIRU”: toma conocimiento que los cuatro mencionados son muertos en un supuesto enfrentamiento, a través de una publicación en el diario “La Gaceta” aparecida en los meses de Agosto-Septiembre u Octubre de 1976, dicho hecho ocurre, según el Diario, en una casa operativa donde fueron conducidos por Juan Carlos Miño (de origen correntino o chaqueño). El diario es mostrado por los custodios del campo al compareciente. Estos hechos cofirman la suposición del compareciente, de que el nombrado Miño se había fugado de Jefatura de Policía, centro donde permanecía secuestrado juntamente con los cuatro detenidos nombrados anteriormente; AZUCENA SOSA de FORTI: supo por Albornoz que estaba en Jefatura de Policía; YOLI BORDA: supo que estaba en Arsenales por cuanto la vio e incluso conversó con la misma. AMPLIACIÓN SOBRE CARACTERÍSTICAS DE LOS CAMPOS CLANDESTINOS YSUS RESPONSABLES: NUEVA BAVIERA. El tiempo de permanencia de los secuestrados, en este campo, era corto, pues más bien era un campo de tránsito; allí eran conducidos los secuestrados del interior. Los responsables de este campo pertenecían a la policía provincial –aclara– los encargados del grupo “patota” estaban bajo el mando de Calderón –suboficial que había sido guardaespaldas de Bussi–. El mando operacional del Ejército estaba dirigido por Antonio ARRECHEA, quien visitaba diariamente dicho centro. Antonio BUSSI lo visitó a dicho campo, en reiteradas oportunidades, y el compareciente sólo tuvo conocimiento de una visita del General Menéndez y toda la plana mayor del Tercer Cuerpo del Ejército, con motivo de una inspección, ocasión en la cual se expusieron a todos los secuestrados. En dicho campo, también se observó la presencia de gran cantidad de oficiales de las tres armas y por dicho de los custodios, supo que pertenecían al Estado Mayor Conjunto. Arrechea obligaba a todos los oficiales a efectuar fusilamientos y recuerda que en una oportunidad, un teniente se negó a fusilar hasta tanto conociera los motivos por los cuales se encontraba detenida la persona a la cual debía fusilar; esto provocó su detención por orden de Arrechea. EX INGENIO LULES: En oportunidad de un traslado del compareciente, permanece dos días en una vieja casa, que identifica como situada en el mismo, en este centro había una base militar. En este estado, agrega el compareciente, que entre las personas mencionadas en su Testimonio se refiere al “Gaucho” o “cura gaucho”, a quien identifica como LUIS OSCAR GERVAN; una persona que viera en Nueva Baviera, esposa de un dirigente sindical, identifica a la misma como ROMERO de MEDINA. SEGÚN TESTIMONIO, en el listado de los secuestrados vistos en Nueva Baviera, la nombrada como “PIBA” (N° 8), es la misma persona nombrada como N° 18: NOEMÍ RAMÍREZ. No siendo para más, leída que les fue, firma el compareciente de conformidad, el Legislador Actuante, Dr. ARTURO SASSI y las asesoras de la Comisión, Dras. LILIANA VITAR y ALICIA NOLI, en la ciudad y fecha del encabezamiento. Acto seguido el deponente manifiesta también que el muchacho que en su testimonio figura como “VIRU”, que fue secuestrado junto con él es ARAUJO de apellido, conforme reconocimiento fotográfico efectuado. Hay una firma ilegilble. A los efectos de la Certificación Notarial el Sr. Juan Martín RATIFICA todo lo expuesto anteriormente en todos sus términos y firma. Buenos Aires, Abril 23 de 1985. Hay una firma ilegible. Firma certificada en el sello de Actuación Notarial número A002210324. –CONSTE. – Buenos Aires, 23 de Abril de 1985. MARCELO LOZADA. Escribano, Mat. 3222. – Buenos Aires, 23 de Abril de 1985. En mi carácter de ESCRIBANO PÚBLICO, Titular del Registro N° 719 de la Capital Federal y en uso de las atribuciones que me confieren las leyes y reglamentaciones vigentes, CERTIFICO: PRIMERO: Que la/s firma/s que antecede/n ha/n sido pueta/s en mi presencia por Juan Martín, documento/s de identidad Libreta de Enrolamiento N° 10.556.134, prsona/s de mi conocimiento, de lo que doy fe. SEGUNDO: Que dicha/s persona/s manifiesta/n actuar por derecho propio. TERCERO: Que el/los requerimiento/s respectivo/s ha/n quedado formalizado/s simultáneamente, por medio de Acta N° 164 del Libro de Requerimientos N° 32 de Certificaciones de Firmas. CONSTE. MARCELO LOZADA, Escribano, Mat. 3222. Certificadas y Legalizadas las firmas por el Colegio de Escribanos de la Capital Federal con fecha 25 de abril de 1985. –––

Fdo.:

Dr. ALEJANDRO SANGENIS
Diputado Provincial
Presidente Comisión Bicameral

Dr. CARLOS MESCHWUITZ
Senador Provincial
Vice-Presidente Comisión Bicameral

ARTURO SASSI
Diputado Provincial
Secretario Comisión Bicameral

Dr. ARMANDO BAUNALY
Senador Provincial
Comisión Bicameral.

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